martes, 16 de julio de 2013

Viejo paseo de una tarde de verano

Se ve su sombra, encorvada, caminando a pleno sol en una tarde de verano. Bien podría ser hoy mismo, pero eso da igual. No hay sensación térmica que le quite de la cabeza aquello que le amarga durante días, semanas, probablemente latente durante años. Perdió la cuenta de las vidas gastadas, de  las batallas que pudo librar y no quiso, de su mala cabeza. También había perdido sus gafas de sol: "y si ya estoy ciego del alma, al menos que me dejen ver la calle".

Habla en voz alta, como el que comenta la jugada con un viejo amigo al que perdió de vista tiempo atrás. "¿Recuerdas...? Ya no queda nadie. Con lo que era esto, con lo que yo era, con lo que hemos sido. ¡Y lo que nos hemos reído!". Todavía resuenan en su cabeza risas estridentes sobre el ruido de jarras llenas de cerveza chocando aquí y allá, cuando el tiempo pasaba deprisa, tanto que no se dio cuenta de que el vaso cada vez estaba más vacío, y él a la vez más solo.

Se fueron marchando, poco a poco, como los hermanos que abandonan una comida familiar. Pero estos hermanos nunca volvieron, se los llevó una fuerza, que no sabe: ¿se los llevó la muerte o tal vez la vida? Cuando llega un momento en que un día más o un día menos te da igual, ¿merece la pena estar cansado?

Aquí quedaron los árboles, los bancos, barajas de cartas, sillas de plástico y mil recuerdos que si aún están vivos es porque no está muerto. "Ya queda poco". Al menos, mientras camina, no le duele. Y cuando termina, descansa.

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