martes, 17 de septiembre de 2013

Cuando no ves el final

     He visto cosas difíciles de superar. He caminado por encima de cristales durante tardes de invierno asomado desde mi ventana; me he quemado las yemas de los dedos buscando el reloj en medio de la noche; he visto mi cabeza explotar más allá de las nubes, bajando lentamente sus cenizas al averno poco después. Nada mereció la pena y aquí estoy, ya ves.

Hay momentos en la vida en los que una tontería puede hacer que le des vueltas a las cosas más de lo debido, todo depende del momento en el que te atrape. Recuerdos de un tiempo riendo al lado de personas que has querido y que sigues queriendo. Seguro que, como yo, antes fueron muchos juegos, bromas y cantidad de experiencias de juventud que guardas en tu memoria. Siempre van a estar allí, en un cajón sin llave. Lo echas de menos. Personas especiales que, sin saber por qué, se vuelven más especiales; tanto que no las conoces. Ahora cualquier problema te hace dudar. Me basta saber, y lo se, que recuerdas quién eres tú: ese es un buen comienzo para hacer ver a los demás quiénes son.

Tonterías. He visto lágrimas caer de muchos colores (tantos o más como tiene el arco iris), pero créeme cuando te digo que ni la mitad de la mitad de las que vi durante años merecían ser derramadas. Por supuesto me acuerdo de ver las tuyas. Nacieron con las prisas, algunas enredadas en los párpados precipitándose en todas direcciones, siempre al suelo, y se perdieron; otras, pacientes, esperaron en la mejilla a intentar consolarte, y murieron a tu lado. No quisieron separarse de ti pues no merecían salir tan pronto. Momentos en que un abrazo no consuela y una sonrisa no contagia; la compañía en estos casos se agradece sin hablar. No hay nada mejor que el silencio cuando aun siendo ya de día el corazón se torna en negro.

En resumen, momentos en que no ves el final. Pero sabes que la vida sigue. Los problemas no deberían parecer tanto cuando te despiertas al día siguiente y te das la vuelta porque aún es demasiado temprano. Sólo puedo ofrecerte un cambio: aire caliente por una brisa fresca, cenizas por árboles, otra dirección donde el sol al final acabe saliendo entre tantas nubes; y es que corriendo año tras año por el mismo viejo camino sólo vas a encontrar los mismos miedos de siempre.


A lo mejor cuando no ves el final lo que ocurre realmente es que otro principio asoma, como las raíces del árbol, como el primer paso en la playa cuando han pasado las máquinas, como un café al alba en buena compañía. Cambiar las pilas para que la bombilla vuelva a funcionar. No puedo darte más. Tampoco te iba a dar menos.



viernes, 6 de septiembre de 2013

El acantilado

Rendido, se sentó a contemplar la inmensidad del océano. La brisa bañaba su cuerpo y era inevitable que las lágrimas cayeran de sus ojos, como inevitable es la búsqueda constante de la felicidad. Unas gafas oscuras le ayudan a que sus lágrimas sean menos. Se encuentra rodeado de rocas y vegetación muerta; el Sol del atardecer espera paciente a fundirse con el horizonte, una constante, la monotonía, otro acto inevitable.

Sentado al borde de ese acantilado pudo sentir el final y el principio de todo. Giró la rueda hacía atrás y escuchó risas casi olvidadas, voces muertas y canciones que significan cosas; vio a su padre sentado junto a él, que con un sólo gesto le hacía sentir que el fin de los tiempos estaba lejos, que el reloj se había parado y la felicidad marcaba las horas; un libro desplegó sus páginas y alzó el vuelo acompañando a las gaviotas. Sobre una roca en medio del mar distinguió a un abuelo orgulloso de su nieto: lo que fue, lo que ha sido y lo que será poco importa, fruto de la confianza ciega del viejo en la que ahora es su sangre también.

Amores felices y fracasados. Gastados del uso, queda el recuerdo de algo que jamás va a olvidar. El mejor y el peor momento se los guarda para sí. Acuerdos que a la larga dejaron buen sabor de boca y al espíritu tranquilo.

Giró la rueda hacia delante y vio que donde rompen las olas flotaba el amor. Se acababa un ciclo y la ola siguiente volvía con más fuerza que la anterior, la brisa se convertía en viento,"este mar vuelca tan deprisa que no me da tiempo a verle la cara, a preguntarle su nombre y decirle todo lo que siento". Y es que desde lo alto del acantilado los pies no se le mojan. Tendría que esperar a que subiera mucho la marea. Poco probable. Se vio a sí mismo sentado, gesto al frente y los ojos cerrados, respirando profundamente, gritando y maldiciendo por la paradoja de aquello que está tan cerca y a la vez tan lejos. Vio como de un salto se precipitaba de ese cabo... ¿al agua o a las rocas?

De golpe, o del golpe, despertó sentado y con los pies colgando al vacío, las manos apoyadas en la roca. Enfrente apenas vio nada, el presente parecía estar muerto. Todo estaba oscuro ahora al frente, sólo oía el ruido del mar chocando con la tierra, el futuro alcanzando al presente. Pronto anochecerá, y el resto ya se sabe.






miércoles, 14 de agosto de 2013

La cita y la nada

El autobús no llegaba y temía llegar tarde a la cita. Sentado en la marquesina, pasaba las hojas del periódico de forma obsesiva, no leía, no miraba; preocupado, su mente daba vueltas alrededor de la única cosa que podía hacerle perder la cabeza. Era su momento, tenía que aprovecharlo. Aunque la vida nunca le brindó grandes oportunidades, sabía que esta era la última que iba a tener.

"¿Puede ser que el azar me juegue esta mala pasada?" No estaba seguro si aquello saldría bien o mal, pero no quería ser ajeno al juego del afortunado, deseaba que dependiera de él, de sus errores o sus aciertos, y no de un horario de autobús. Y es que el ser feliz en la vida es un juego en el que puedes ganar o puedes perder, pero la ruleta la debería girar siempre uno mismo.

"Y si llego a tiempo, ¿a quién podré culpar si fracaso? A mí y sólo a mí". Si decepcionante es fracasar sin tu propia colaboración, más decepcionante aún debe ser fracasar por uno mismo. Mientras, intenta pensar en algo que le haga sonreír, pero cuando los nervios te atrapan hay una extraña relación entre el estómago y la sonrisa de un hombre. Imposible.

Media vuelta y vuelve a mirar al techo del salón mientras fuera comienza el mejor atardecer posible. No había autobús, tampoco periódico, ni marquesina. Su cita no existía. Y no tuvo nada de eso porque le faltó valor para lanzar los dados. Se olvidó de que, aunque no salga siempre el número que quieres, el resultado nunca es cero. Había esperanza pero no la pudo ver, y ahora es la nada.


Brindemos por nosotros, por ellos, por ninguno;
por esta siempre nada de nuestros nunca cuerpos;
por todos, por los menos; por tantos y tan nada;
por esas sombras huecas de vivos que son muertos.

(Fragmento del poema "Nada", Julia de Burgos).

sábado, 10 de agosto de 2013

A una compañera

Te utilizo porque te dejas utilizar. Te uso al levantarme, al pasear, cuando lo paso bien y sobre todo cuando lo paso mal. Se que no importa porque teniéndote ahí nunca voy a estar solo. El ruido sin orden y nada más no puede hacer feliz a los hombres, por eso te necesito. Igual que el agua, igual que el calor, igual que un vuelco al corazón de vez en cuando.

Cuando me despiertas siempre consigues animarme, por muy dura que haya sido la noche anterior. Te doy las gracias, porque recuerdo que hubo noches en vela en las que tú te quedaste conmigo, la cálida acogida del sonido en una habitación cerrada me hizo sentirme seguro de mí mismo, acompañado. Pasamos juntos muchas cosas tristes, también muchas alegres. Hables en el idioma que hables, siempre hemos conseguido entendernos. Por eso no olvido el día en que me enseñaste aquellos solos de guitarra, esa línea funk de un bajista perdido en los 80, unos acordes con una melodía tan triste que, si prestabas atención, podías escuchar llorar a la noche en medio de su silencio.

Te digo que te utilizo, pero a veces creo que eres tu quien me usa a mí. Cuando cojo mi guitarra, no se si hablas tu o hablo yo, o ya estoy loco. Pero te doy las gracias otra vez, compañera, porque nada me puede hacer más feliz que colaborar a hacerte más grande, y de alguna forma devolverte el favor de acompañarme durante toda una vida. Por muy triste que suenen mis acordes últimamente. Culpa mía, supongo.

miércoles, 24 de julio de 2013

Un hombre en la Luna

Y una noche, arreglando sus neuronas, la Luna comenzó a hacerse cada vez más grande. El montón de mierda hace un tapón en su cabeza, ahora es imposible ponerse a hacer limpieza, y más cuando no para de moverse tumbado sobre su cama. ¿La echa en falta? “Es curioso”,dice, “cómo coño puedo tener frío en pleno verano. Tengo los pies helados”. Se pone la manta por encima pero antes de que se dé cuenta ya se la ha quitado.

Dentro de su mente, mil y una posibles historias rondan su imaginación: de lo que pudo ser y no fue, de lo que podría ser, de lo que nunca va a ser. Sin duda las que más amargan son aquellas que él llama “de futuro abierto”, pues sabe que nunca reunirá el valor suficiente para descubrir una alegría o una decepción. “Es demasiado arriesgado, no se qué soy”. El recuerdo de una colonia casual significa otra nueva vuelta en la cama, y ya perdió la cuenta.

Echa de menos, pero no sabe exactamente qué, ni a quién. Podría tratarse de Ella, pero tampoco se aventura a asegurar un nombre. Sólo sabe que necesita varias partes de su cuerpo, la que desprende prozac, marihuana y la del gas de la risa. El hombre necesita reír, como un abrazo, lo mismo que la compañía en una noche de verano como esta. ¿Echa de menos el amor o sólo echa de menos los ojos de alguien que sepa escucharle, de un beso profundo de vez en cuando? ¿Echa de menos alguien a quien cuidar, o alguien que cuide de él?

Mientras, sin que se de cuenta, la Luna llena se fue acercando a su casa hasta colocarse delante de su ventana abierta. “Con esta luz es imposible dormir”. Mira el reloj, son las 3:23 AM. Coge su guitarra y se sienta frente a la ventana, le dice a la luz que tal vez de esta forma se relajen los dos. Y de sus labios salen, acompañados de suaves acordes, el recuerdo de lo que pudo ser y no fue. Podrá pasar otra vez ese tren, pero duda tener el valor para comprobarlo nunca:

Me llevaste hasta el olor de los naranjos
me dijiste hasta luego cuando aún te estaba esperando
voy sin prisa caminando, he dormido tanto
que podré aguantar barranco tras barranco”


Ni la Luna ni él durmieron aquella noche.

martes, 16 de julio de 2013

Viejo paseo de una tarde de verano

Se ve su sombra, encorvada, caminando a pleno sol en una tarde de verano. Bien podría ser hoy mismo, pero eso da igual. No hay sensación térmica que le quite de la cabeza aquello que le amarga durante días, semanas, probablemente latente durante años. Perdió la cuenta de las vidas gastadas, de  las batallas que pudo librar y no quiso, de su mala cabeza. También había perdido sus gafas de sol: "y si ya estoy ciego del alma, al menos que me dejen ver la calle".

Habla en voz alta, como el que comenta la jugada con un viejo amigo al que perdió de vista tiempo atrás. "¿Recuerdas...? Ya no queda nadie. Con lo que era esto, con lo que yo era, con lo que hemos sido. ¡Y lo que nos hemos reído!". Todavía resuenan en su cabeza risas estridentes sobre el ruido de jarras llenas de cerveza chocando aquí y allá, cuando el tiempo pasaba deprisa, tanto que no se dio cuenta de que el vaso cada vez estaba más vacío, y él a la vez más solo.

Se fueron marchando, poco a poco, como los hermanos que abandonan una comida familiar. Pero estos hermanos nunca volvieron, se los llevó una fuerza, que no sabe: ¿se los llevó la muerte o tal vez la vida? Cuando llega un momento en que un día más o un día menos te da igual, ¿merece la pena estar cansado?

Aquí quedaron los árboles, los bancos, barajas de cartas, sillas de plástico y mil recuerdos que si aún están vivos es porque no está muerto. "Ya queda poco". Al menos, mientras camina, no le duele. Y cuando termina, descansa.

viernes, 31 de mayo de 2013

La primera vez

     Suele decirse que todo lo que se hace por primera vez en la vida resulta lo más complicado, "que luego ya  te acostumbras", "que coges experiencia", "que te sirve para aprender". ¿Reconocemos en esas frases hechas a lo que comúnmente llamamos juventud? Si así fuera estaríamos conceptualizando a la juventud meramente como aquel período que va desde aquellas cosas que realizas por primera vez hasta la experiencia formada en la edad adulta. Estamos hablando, pues, del paso de la ingenuidad que se atribuye a la juventud a la experiencia propia de la madurez.

Pero la juventud es mucho más. Además de frescura, ser joven implica vigor, energía y sobre todo libertad. La libertad para decidir qué camino coger. Libertad, en fin, para soñar. Y soñar lo puede hacer todo el mundo, luego aquél que lo decida siempre será joven, y siempre tendrá algo que podrá hacer por primera vez. No perder la ilusión por una meta, más grande o más pequeña, más o menos ambiciosa, es lo que te hace ser joven toda una vida. Creer que las utopías no serán tales antes de que dejes de ser joven hace que merezca la pena seguir estando vivo.

Decían eso, que lo que se hace por primera vez resulta ser lo más complicado. Y la primera entrada de este blog no iba a ser menos. No será la última.
"El camino de la juventud lleva toda una vida" (Pablo Picasso).