viernes, 6 de septiembre de 2013

El acantilado

Rendido, se sentó a contemplar la inmensidad del océano. La brisa bañaba su cuerpo y era inevitable que las lágrimas cayeran de sus ojos, como inevitable es la búsqueda constante de la felicidad. Unas gafas oscuras le ayudan a que sus lágrimas sean menos. Se encuentra rodeado de rocas y vegetación muerta; el Sol del atardecer espera paciente a fundirse con el horizonte, una constante, la monotonía, otro acto inevitable.

Sentado al borde de ese acantilado pudo sentir el final y el principio de todo. Giró la rueda hacía atrás y escuchó risas casi olvidadas, voces muertas y canciones que significan cosas; vio a su padre sentado junto a él, que con un sólo gesto le hacía sentir que el fin de los tiempos estaba lejos, que el reloj se había parado y la felicidad marcaba las horas; un libro desplegó sus páginas y alzó el vuelo acompañando a las gaviotas. Sobre una roca en medio del mar distinguió a un abuelo orgulloso de su nieto: lo que fue, lo que ha sido y lo que será poco importa, fruto de la confianza ciega del viejo en la que ahora es su sangre también.

Amores felices y fracasados. Gastados del uso, queda el recuerdo de algo que jamás va a olvidar. El mejor y el peor momento se los guarda para sí. Acuerdos que a la larga dejaron buen sabor de boca y al espíritu tranquilo.

Giró la rueda hacia delante y vio que donde rompen las olas flotaba el amor. Se acababa un ciclo y la ola siguiente volvía con más fuerza que la anterior, la brisa se convertía en viento,"este mar vuelca tan deprisa que no me da tiempo a verle la cara, a preguntarle su nombre y decirle todo lo que siento". Y es que desde lo alto del acantilado los pies no se le mojan. Tendría que esperar a que subiera mucho la marea. Poco probable. Se vio a sí mismo sentado, gesto al frente y los ojos cerrados, respirando profundamente, gritando y maldiciendo por la paradoja de aquello que está tan cerca y a la vez tan lejos. Vio como de un salto se precipitaba de ese cabo... ¿al agua o a las rocas?

De golpe, o del golpe, despertó sentado y con los pies colgando al vacío, las manos apoyadas en la roca. Enfrente apenas vio nada, el presente parecía estar muerto. Todo estaba oscuro ahora al frente, sólo oía el ruido del mar chocando con la tierra, el futuro alcanzando al presente. Pronto anochecerá, y el resto ya se sabe.






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