lunes, 31 de marzo de 2014

Desde la ventana

Me asomo a la ventana a disfrutar de la trama:

Abajo, unos niños pegan patadas a un balón mientras ríen y gritan, poniéndose nombres de jugadores de fútbol, ajenos a cualquier problema. Beben a morro de una vida libre, ya tendrán tiempo de preocuparse por lo que venga. El futuro. Y deseo volver a ser un niño, cuando el futuro no existía más allá de lo que tardaba en sonar el timbre del recreo para comer el bocadillo y jugar al último juego de moda del colegio. Cuando ir a comprar el pan era una aventura, apretando fuerte el dinero con la mano derecha para no perderlo; cuando una caja grande era mucho más divertido que un partido de tu equipo.

Un anciano pasea a su perro, bolsa de la compra en mano. Cruzan por el paso de cebra, saluda con una sonrisa forzada a su vecino. Perro y amo desaparecen detrás de la negra puerta del bloque. La angustia de una vida que prácticamente ha terminado, ya lo ha visto todo y nada le sorprende. Nadie le estará esperando en casa, sólo el pasado le sigue espiando por la rendija de la puerta. Mejor mirar hacia otro lado.

Un padre lleva a su hijo de la mano mientras le va contando un cuento que obviamente se está inventando por el camino. Me vienen recuerdos del tiempo en el que hasta la balada más triste sonaba alegre. Las canciones entonces no recordaban a olores de infancia. Se están riendo pero, ¿de qué se ríen? Se ríen de estar juntos, de quererse. Y entonces deseo ser el hijo, para poder disfrutar del padre; y deseo ser el padre, para poder disfrutar del hijo. Hay tantas cosas que no sé... tantas como las que quiero enseñar. Yo les pierdo de vista cuando doblan la esquina, pero ellos no pierden su sonrisa.

Una pareja de adolescentes se besa en el banco que hay justo delante de mi ventana. Sólo paran para mirarse a los ojos. Él parece pedirle al aire que no se lleve el perfume de su pelo, y dejan que el resto de los sentidos hablen por ellos antes de despegar los labios el uno del otro. Los dos tienen reloj, pero apuesto a que su tiempo está parado. Entonces deseo parar mi tiempo, hacerlo fácil, y en lugar de un banco una playa de arena blanca y la luna haciendo mi papel, en su ventana. Y miro mi reloj, y me doy cuenta que avanza tan deprisa que se está haciendo de noche. Se marchan contentos calle abajo.


Cierro la ventana convencido de que uno de los objetivos de esta vida, tengas los años que tengas y juegues el rol que juegues, es sonreír y hacer sonreír a los demás. Dar lo que recibes para recibir lo que das. A priori no se antoja demasiado complicado. Después de desear ser muchas cosas, tras los anhelos de recuperar lo que tuve y de conseguir lo que todavía no he tenido, vuelvo a ser yo mismo. Respiro profundo y me siento en paz. Creo que me voy a tomar una cerveza, y luego ya veremos.

Ir y venir, seguir y guiar, dar y tener,
entrar y salir de fase.
Amar la trama más que el desenlace
(Jorge Drexler, La Trama y el Desenlace).

lunes, 17 de marzo de 2014

El papel tirado

     Para unos es una escalera hacia el cielo; para otros, una montaña, un camino con horizonte donde siempre está a punto de salir el sol, subir de las profundidades del mar más profundo. Es fácil adivinar el punto en común, al fin y al cabo nadie es tan diferente a otro como se espera: luz. Igual que las religiones se afanan en la constante búsqueda de la luz, nuestra mente se programa para agotarse en el eterno camino que nos lleva hacia nuestra propia luz, nuestra felicidad. ¿El dinero? ¿el reconocimiento? ¿el éxito?: el amor. Paseando por la calle, un papel arrugado que dice:

     "Estoy cansado de esperarte, estoy cansado de buscar y conocer. Cansado de cada vez entender que no, no hay más, el muro. Mira, se acerca la primavera y me molesta el sol. Tan inclinado subo la cuesta que tropiezo y a empezar. Cuando caiga esta vez, por favor, que se levante el viento y me lleve con las hojas, que te arranquen las pestañas; que me lleve hasta las rocas, que te coman las arañas; que levante todo el techo, que destroce toda casa; y quedarme allí tumbado hasta ver si me desmaya, que después de tempestades no hay más que esperar la calma.

Mejor ahora, más tranquilo. Cuando el corazón va tan deprisa o lloras o gritas. O escribes o cantas. Sientes cómo te oprime justo un poco por debajo del rincón de la felicidad, todo el mundo sabe donde está. Y quien no lo sepa no es humano. Abajo la pena, allá por las costillas, y un poquito más arriba la felicidad (¿cerca de la garganta?). Siempre es así, de abajo a arriba.

Hay días que me resigno, que no quiero ser mejor. ¡Que no puedo ser mejor!. Nada que hacer. Otros, en cambio, el cielo es azul claro y los pájaros cantan y las nubes se levantan y... siempre acaba por llover. Luego calma. Y de abajo a arriba todo el día. La línea de nuestra existencia con sus curvas, que hace de la vida los ciclos más largos o más lentos a su antojo. No soy el dueño de mis sentimientos, lo siento. 

Pero ya es demasiado tarde para decir tonterías. Me voy a dormir. Eso sí, si sonríes me despiertas, porque entonces para mí ya será de día."

     Coloco el papel allí donde se quedó. Que lo coja quien lo tiene que leer, yo no. La felicidad decía antes. El amor. La angustia y el desahogo. ¿Puede un hombre gritar sin estar enamorado? ¿Puede un hombre escribir sin estar enamorado? La verdad es que no tengo ni la menor idea, para estos asuntos aún no existen expertos, sólo teorías.


"Coño.
Un ruido del demonio
se mete en mi cabeza,
se mete dentro
un puto rayo que no cesa.

Tieso, yo sigo todo tieso
la misma trayectoria
y no entiendo
por qué estás cada vez más lejos."

(Extremoduro, Locura Transitoria).


miércoles, 12 de marzo de 2014

La belleza es surrealista

      Mírate en el espejo y dime que ves. Se gira lentamente y dice, Nada, Nada qué es, Pues nada es nada y ya está. ¿Sirve un espejo para vernos? ¿Es el espejo capaz de mirar? ¿Somos capaces de ver lo que ya no existe, lo que tal vez nunca existió? Nuestras cabezas están llenas de pájaros pero a veces te traen de vuelta a la realidad viajando tan rápido y cayendo tan fuerte que necesitas echar al menos dos vistazos.

     Mira otra vez, anda. Nada joder, nada; y no me molestes más. Por fin, me callo: tal vez no sea el momento idóneo para ello, digamos que no es un buen momento.  El buen momento… ¿Existe? El buen momento es un instante, un inmediato, un breve, una porción, un mordisco, un beso. Puede durar una sonrisa, una canción, una caña. Pero se acaba, porque todo se acaba. Y cuando llega el fin del buen momento lo único que esperas es que la parábola vuelva a subir, como lo espera el inversor desesperado, el niño del columpio y el cantante en el compás cuatro por cuatro que hay entre estrofa y estrofa.

     Autoestima, buen momento, la belleza: esa es la combinación. La publicidad, la imagen de la belleza actual marca tus tendencias. Niégalo. La belleza es lo que tú quieras que sea, porque no es un valor en sí mismo. La belleza es una locura que sólo el que vive fuera de los límites puede modelar. La belleza es surrealista. Tu tarde de verano es horrible, la suya es bella. Y el Sol se va a dormir igual para ti que para él, pero ya no es igual: ya no son tus ojos los que miran, ya no estás allí cuando te esperan. Porque ya no ves la luz como la luz en sí misma, sino como a ti mismo, algo que se escapa, que te escapas. Tranquila, mañana puedes volver a nacer sin el permiso de nadie. Y así todos los días.

     Mírate una última vez, hazme el favor, Por qué eres tan pesado, Venga por favor, A ver. No sé como lo ha hecho, pero al otro lado de la habitación suena esa canción, “Here comes the sun”. Se gira, le mira y sonríe. Ya no necesita el espejo, la lógica no existe. Vuelve a ser un buen momento.

"Mírate en el espejo
y dime qué ves,
algún extraño aliado lo tuvo que hacer,
ya lo ves,
no eres más guapo que yo"
(Mclan, Un buen momento).

martes, 17 de septiembre de 2013

Cuando no ves el final

     He visto cosas difíciles de superar. He caminado por encima de cristales durante tardes de invierno asomado desde mi ventana; me he quemado las yemas de los dedos buscando el reloj en medio de la noche; he visto mi cabeza explotar más allá de las nubes, bajando lentamente sus cenizas al averno poco después. Nada mereció la pena y aquí estoy, ya ves.

Hay momentos en la vida en los que una tontería puede hacer que le des vueltas a las cosas más de lo debido, todo depende del momento en el que te atrape. Recuerdos de un tiempo riendo al lado de personas que has querido y que sigues queriendo. Seguro que, como yo, antes fueron muchos juegos, bromas y cantidad de experiencias de juventud que guardas en tu memoria. Siempre van a estar allí, en un cajón sin llave. Lo echas de menos. Personas especiales que, sin saber por qué, se vuelven más especiales; tanto que no las conoces. Ahora cualquier problema te hace dudar. Me basta saber, y lo se, que recuerdas quién eres tú: ese es un buen comienzo para hacer ver a los demás quiénes son.

Tonterías. He visto lágrimas caer de muchos colores (tantos o más como tiene el arco iris), pero créeme cuando te digo que ni la mitad de la mitad de las que vi durante años merecían ser derramadas. Por supuesto me acuerdo de ver las tuyas. Nacieron con las prisas, algunas enredadas en los párpados precipitándose en todas direcciones, siempre al suelo, y se perdieron; otras, pacientes, esperaron en la mejilla a intentar consolarte, y murieron a tu lado. No quisieron separarse de ti pues no merecían salir tan pronto. Momentos en que un abrazo no consuela y una sonrisa no contagia; la compañía en estos casos se agradece sin hablar. No hay nada mejor que el silencio cuando aun siendo ya de día el corazón se torna en negro.

En resumen, momentos en que no ves el final. Pero sabes que la vida sigue. Los problemas no deberían parecer tanto cuando te despiertas al día siguiente y te das la vuelta porque aún es demasiado temprano. Sólo puedo ofrecerte un cambio: aire caliente por una brisa fresca, cenizas por árboles, otra dirección donde el sol al final acabe saliendo entre tantas nubes; y es que corriendo año tras año por el mismo viejo camino sólo vas a encontrar los mismos miedos de siempre.


A lo mejor cuando no ves el final lo que ocurre realmente es que otro principio asoma, como las raíces del árbol, como el primer paso en la playa cuando han pasado las máquinas, como un café al alba en buena compañía. Cambiar las pilas para que la bombilla vuelva a funcionar. No puedo darte más. Tampoco te iba a dar menos.



viernes, 6 de septiembre de 2013

El acantilado

Rendido, se sentó a contemplar la inmensidad del océano. La brisa bañaba su cuerpo y era inevitable que las lágrimas cayeran de sus ojos, como inevitable es la búsqueda constante de la felicidad. Unas gafas oscuras le ayudan a que sus lágrimas sean menos. Se encuentra rodeado de rocas y vegetación muerta; el Sol del atardecer espera paciente a fundirse con el horizonte, una constante, la monotonía, otro acto inevitable.

Sentado al borde de ese acantilado pudo sentir el final y el principio de todo. Giró la rueda hacía atrás y escuchó risas casi olvidadas, voces muertas y canciones que significan cosas; vio a su padre sentado junto a él, que con un sólo gesto le hacía sentir que el fin de los tiempos estaba lejos, que el reloj se había parado y la felicidad marcaba las horas; un libro desplegó sus páginas y alzó el vuelo acompañando a las gaviotas. Sobre una roca en medio del mar distinguió a un abuelo orgulloso de su nieto: lo que fue, lo que ha sido y lo que será poco importa, fruto de la confianza ciega del viejo en la que ahora es su sangre también.

Amores felices y fracasados. Gastados del uso, queda el recuerdo de algo que jamás va a olvidar. El mejor y el peor momento se los guarda para sí. Acuerdos que a la larga dejaron buen sabor de boca y al espíritu tranquilo.

Giró la rueda hacia delante y vio que donde rompen las olas flotaba el amor. Se acababa un ciclo y la ola siguiente volvía con más fuerza que la anterior, la brisa se convertía en viento,"este mar vuelca tan deprisa que no me da tiempo a verle la cara, a preguntarle su nombre y decirle todo lo que siento". Y es que desde lo alto del acantilado los pies no se le mojan. Tendría que esperar a que subiera mucho la marea. Poco probable. Se vio a sí mismo sentado, gesto al frente y los ojos cerrados, respirando profundamente, gritando y maldiciendo por la paradoja de aquello que está tan cerca y a la vez tan lejos. Vio como de un salto se precipitaba de ese cabo... ¿al agua o a las rocas?

De golpe, o del golpe, despertó sentado y con los pies colgando al vacío, las manos apoyadas en la roca. Enfrente apenas vio nada, el presente parecía estar muerto. Todo estaba oscuro ahora al frente, sólo oía el ruido del mar chocando con la tierra, el futuro alcanzando al presente. Pronto anochecerá, y el resto ya se sabe.






miércoles, 14 de agosto de 2013

La cita y la nada

El autobús no llegaba y temía llegar tarde a la cita. Sentado en la marquesina, pasaba las hojas del periódico de forma obsesiva, no leía, no miraba; preocupado, su mente daba vueltas alrededor de la única cosa que podía hacerle perder la cabeza. Era su momento, tenía que aprovecharlo. Aunque la vida nunca le brindó grandes oportunidades, sabía que esta era la última que iba a tener.

"¿Puede ser que el azar me juegue esta mala pasada?" No estaba seguro si aquello saldría bien o mal, pero no quería ser ajeno al juego del afortunado, deseaba que dependiera de él, de sus errores o sus aciertos, y no de un horario de autobús. Y es que el ser feliz en la vida es un juego en el que puedes ganar o puedes perder, pero la ruleta la debería girar siempre uno mismo.

"Y si llego a tiempo, ¿a quién podré culpar si fracaso? A mí y sólo a mí". Si decepcionante es fracasar sin tu propia colaboración, más decepcionante aún debe ser fracasar por uno mismo. Mientras, intenta pensar en algo que le haga sonreír, pero cuando los nervios te atrapan hay una extraña relación entre el estómago y la sonrisa de un hombre. Imposible.

Media vuelta y vuelve a mirar al techo del salón mientras fuera comienza el mejor atardecer posible. No había autobús, tampoco periódico, ni marquesina. Su cita no existía. Y no tuvo nada de eso porque le faltó valor para lanzar los dados. Se olvidó de que, aunque no salga siempre el número que quieres, el resultado nunca es cero. Había esperanza pero no la pudo ver, y ahora es la nada.


Brindemos por nosotros, por ellos, por ninguno;
por esta siempre nada de nuestros nunca cuerpos;
por todos, por los menos; por tantos y tan nada;
por esas sombras huecas de vivos que son muertos.

(Fragmento del poema "Nada", Julia de Burgos).

sábado, 10 de agosto de 2013

A una compañera

Te utilizo porque te dejas utilizar. Te uso al levantarme, al pasear, cuando lo paso bien y sobre todo cuando lo paso mal. Se que no importa porque teniéndote ahí nunca voy a estar solo. El ruido sin orden y nada más no puede hacer feliz a los hombres, por eso te necesito. Igual que el agua, igual que el calor, igual que un vuelco al corazón de vez en cuando.

Cuando me despiertas siempre consigues animarme, por muy dura que haya sido la noche anterior. Te doy las gracias, porque recuerdo que hubo noches en vela en las que tú te quedaste conmigo, la cálida acogida del sonido en una habitación cerrada me hizo sentirme seguro de mí mismo, acompañado. Pasamos juntos muchas cosas tristes, también muchas alegres. Hables en el idioma que hables, siempre hemos conseguido entendernos. Por eso no olvido el día en que me enseñaste aquellos solos de guitarra, esa línea funk de un bajista perdido en los 80, unos acordes con una melodía tan triste que, si prestabas atención, podías escuchar llorar a la noche en medio de su silencio.

Te digo que te utilizo, pero a veces creo que eres tu quien me usa a mí. Cuando cojo mi guitarra, no se si hablas tu o hablo yo, o ya estoy loco. Pero te doy las gracias otra vez, compañera, porque nada me puede hacer más feliz que colaborar a hacerte más grande, y de alguna forma devolverte el favor de acompañarme durante toda una vida. Por muy triste que suenen mis acordes últimamente. Culpa mía, supongo.