sábado, 10 de agosto de 2013

A una compañera

Te utilizo porque te dejas utilizar. Te uso al levantarme, al pasear, cuando lo paso bien y sobre todo cuando lo paso mal. Se que no importa porque teniéndote ahí nunca voy a estar solo. El ruido sin orden y nada más no puede hacer feliz a los hombres, por eso te necesito. Igual que el agua, igual que el calor, igual que un vuelco al corazón de vez en cuando.

Cuando me despiertas siempre consigues animarme, por muy dura que haya sido la noche anterior. Te doy las gracias, porque recuerdo que hubo noches en vela en las que tú te quedaste conmigo, la cálida acogida del sonido en una habitación cerrada me hizo sentirme seguro de mí mismo, acompañado. Pasamos juntos muchas cosas tristes, también muchas alegres. Hables en el idioma que hables, siempre hemos conseguido entendernos. Por eso no olvido el día en que me enseñaste aquellos solos de guitarra, esa línea funk de un bajista perdido en los 80, unos acordes con una melodía tan triste que, si prestabas atención, podías escuchar llorar a la noche en medio de su silencio.

Te digo que te utilizo, pero a veces creo que eres tu quien me usa a mí. Cuando cojo mi guitarra, no se si hablas tu o hablo yo, o ya estoy loco. Pero te doy las gracias otra vez, compañera, porque nada me puede hacer más feliz que colaborar a hacerte más grande, y de alguna forma devolverte el favor de acompañarme durante toda una vida. Por muy triste que suenen mis acordes últimamente. Culpa mía, supongo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario